El cine pierde la fe
Durante décadas, la representación que mereció la Iglesia católica desde distintas miradas cinematográficas no fue esencialmente negativa; más al contrario, en sus sacerdotes se subrayaban con frecuencia virtudes como la comprensión, la templanza y la ayuda a las clases más desfavorecidas. Y no sólo las obras españolas de las décadas franquistas utilizaron esas imágenes, también los largometrajes estadounidenses de las décadas centrales del siglo XX fueron un buen ejemplo de esa tendencia.
Para Juan Orellana, director del departamento de Cine de la Conferencia Episcopal, los cambios en el mundo del celuloide en los últimos años no revelan una animosidad especial hacia la Iglesia, sino que “son producto de su tiempo. El cine es reflejo de la calle, y con todo el proceso de secularización y de urbanización de las sociedades modernas, aquellas figuras entrañables, más vinculadas al mundo rural, desaparecen y las películas comienzan a nutrirse de los escándalos que aparecen en la prensa. Eso ha hecho que, en algunas ocasiones, los personajes vinculados a la Iglesia aparezcan con un tono más siniestro, más malvado”.
Alejando Rodríguez de la Peña, profesor de Historia Medieval de la Universidad San Pablo – CEU y uno de los intelectuales católicos que más extensamente ha analizado El Código Da Vinci, cree, por el contrario, que esta actitud “no es fruto de una concepción social de la que estaría alimentándose el cine sino que proviene de unas ideologizadas elites intelectuales. Hay directores de cine y novelistas que son adversarios de la Iglesia, y en sus obras se trasluce una intención notable de hacer daño a sus instituciones. El peligro es que logren cambiar la imagen que la gente tenía de la Iglesia”.
Contra el Opus
¿Sería el caso de El Código Da Vinci? ¿Habría en la película de Ron Howard (y en la obra de Dan Brown) un deseo fundamental de dañar las instituciones católicas? Para Juan Orellana, no es el caso. “Si bien es cierto que hay películas que nacen desde la animosidad que un determinado guionista o director tienen contra la Iglesia, El Código lo que propone, más que un ataque, es un vaciamiento de contenido de la Iglesia misma, ya que si Jesús no tiene esa dimensión divina, todo lo que la Iglesia significa se viene abajo. Pero, en realidad, lo que hace es conectarse con una mentalidad en boga, de espiritualidad difusa y muy new age, con una filosofía supuestamente oriental de rasero bajo. Es verdad que, de ir la obra contra alguien, no sería contra la Iglesia, sino contra el Opus Dei, a quienes retrata de un modo muy siniestro”.
La oficina central del Opus en Roma hizo público un comunicado, suscrito por su portavoz, Manuel Sánchez Hurtado, en el que se señalaba que “la película mantiene las escenas de la novela que son falsas, injustas y ofensivas para con los cristianos e incluso multiplica su efecto injurioso por la potencia que tienen siempre las imágenes”. El teólogo, historiador y sacerdote del Opus, José Carlos Martín de la Hoz, señala que estamos ante un ataque directo al catolicismo, ya que en la novela se niegan asuntos de tremenda importancia como “la divinidad de Jesús o el dogma católico. Han escogido al Opus como blanco de sus ataques como podrían haber escogido a otro; nos duele mucho más que ataquen los fundamentos de la Iglesia”
Rodríguez de la Peña, que también cree que El Código es una arremetida contra la Iglesia, estima que esta clase de obras no siempre surten el efecto que pretenden, aunque terminen por calar en parte de la opinión pública: “Hay un sector de la población, más joven y menos formado, que quizá sí crea la visión deformada de la Historia y del Cristianismo que El Código nos ofrece”. Según Martín de la Hoz, “la novela de Dan Brown tiene un final que la gran mayoría de las personas cultas rechazan, y cualquiera que tenga un criterio sólido sabe que los datos que ofrece no responden a la realidad. Pero también hay lectores más jóvenes en los que se puede influir fácilmente. Además, lo grave es que esta novela surge como una seta en un humus existente, en el que se está utilizando la novela histórica para atacar a la Iglesia. Por ejemplo, en Los pilares de la tierra, de Ken Follet, los franciscanos eran los malos. En La cena secreta, la novela de Javier Sierra, lo son los dominicos...”
Creadores y catolicismo
Quizá el asunto vaya más allá. Si se repara en los creadores contemporáneos, muy pocos de ellos se manifiestan públicamente católicos. Tampoco escriben, dirigen o componen obras explícitamente imbuidas de esa clase de valores. Para Rodríguez de la Peña, “si se hace análisis de tiempos largos, la cultura católica lleva mucho tiempo en crisis. Salvo la excepción de la Inglaterra de los conversos, con grandes autores como Chesterton, los católicos llevamos dos siglos sin decir demasiado. Pero si nos centramos en los últimos años, es verdad que faltan, y se hacen mucho más necesarios, medios de comunicación, artistas, creadores, personas de relevancia en la vida social y cultural que se manifiesten favorablemente para con nuestros valores”.
Una perspectiva que comparte el representante de la Conferencia Episcopal, Juan Orellana. “Desde los medios de comunicación, lugares en los que se genera la opinión pública, hay una intencionalidad frecuente de eliminar los vestigios de lo cristiano, de sustituir los valores provenientes de la tradición cristiana por sus opuestos, invirtiendo deliberadamente la concepción del trabajo, de la familia, etc. Y como lo que la gente ve en televisión es lo que va a misa... Pero, por otra parte, tampoco podemos olvidar que hay muchos artistas que provienen de una tradición cristiana y que se contagian de esa mentalidad. Creen, rezan, van a misa pero eso no se traduce en su forma de escribir o de trabajar”.
Para Martín de la Hoz, teólogo del Opus, “la vida cultural española está repleta de valores católicos que se siguen percibiendo, caso de la familia, como los más importantes de nuestra existencia. Lo que ocurre es que existe una minoría influyente que los ataca sistemáticamente”.
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