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EL BLOG DE PEDRO

Los sellos sueños son

El Diccionario de la Filatelia define el término ‘falso’ de la siguiente manera: “Apelativo que se adjudica a cualquier sello, marca, etcétera, ejecutado con ánimo de fraude, tratando de imitar un ejemplar auténtico”. F. Javier Padín Vaamonde, el autor del libro, una especie de Biblia en el sector, seguro que no estaba pensando en Afinsa y Fórum Filatélico cuando mandó a la imprenta el manuscrito original, pero su definición encaja perfectamente -sobre todo en la parte final- con la trama descubierta por la Agencia Tributaria.

 

                                                                                                            

Fórum y Afinsa habían creado un mercado ficticio de sellos con apariencia auténtica; pero en realidad los precios no los marcaba el libre juego de la oferta y la demanda. El valor de cada estampilla lo fijaban los propios dueños del tinglado. No había mercado transparente y no podía haberlo. La compraventa de sellos no está regulada, salvo en su componente estrictamente mercantil, cuando dos partes -un comprador y un vendedor- se ponen de acuerdo parea cerrar una operación. Por eso, las autoridades decidieron que su regulación debía quedarse en el ámbito del consumo.

Pese a eso, los gerentes de ambas compañías diseñaron la clásica estructura piramidal. Las nuevas aportaciones cubrían los compromisos de pago generados con los clientes más antiguos. Por lo tanto, no había rentabilidad. Lo único que existía era un incremento patrimonial (que se distribuía en cuotas mensuales, trimestrales o anuales) derivado del mayor precio de los sellos en ese mercado ficticio, pero que estaba controlado de forma hegemónica por las dos sociedades intervenidas.

La extraña evolución alcista de los sellos (el precio nunca bajaba) es lo que primero hizo sospechar a los inspectores de Hacienda. Los gestores lo achacaban a la evolución de los mercados internacionales. Pero en realidad eso era mentira. El precio de las estampillas fluctúa como cualquier otra mercancía, ya que se trata de acuerdos bilaterales entre un comprador y un vendedor, por lo que es imposible garantizar una rentabilidad fija a lo largo de un dilatado periodo de tiempo. Pero una cosa es que las dos partes se pongan de acuerdo (principalmente coleccionistas) y otra muy distinta es la existencia de un mercado organizado.

El mercado filatélico a gran escala no es más que un sueño que debía rondar en la cabeza de los administradores de Fórum y Afinsa. La única referencia son los catálogos, las revistas especializadas. No consta la existencia de una cámara de compensación y liquidación de las operaciones, algo consustancial a cualquier lonja de negociación digna de llevar ese nombre. Esta apariencia de legalidad es lo que animó a muchos ahorradores a invertir su dinero en ambas compañías, pero nadie les dijo que ni Afinsa ni Fórum Filatélico no podían apellidarse sociedades ‘financieras’ o de servicios de ‘inversión’. Simplemente porque la ley, de forma taxativa, lo prohíbe.

Comisiones de oro para los comerciales

Esta fachada de cartón piedra es la que permitió crecer el invento. Sus numerosos agentes comerciales estaban bien pagados, ya que la base del negocio radica en la entrada de nuevas aportaciones, pero nunca advertían a sus clientes -o casi nunca- que no estaban protegidos bajo el paraguas de algún fondo de garantía de depósitos.

El negocio de los sellos -tal y como lo diseñaron los directivos de Afinsa y Fórum- requiere para salir adelante mecanismos de formación de precios poco o nada transparente. El precio final viene determinado por el volumen de cada emisión, ya que en origen, cuando la administración de Correos pone en circulación una serie, el valor del sello es siempre el mismo. En realidad, este es el único mercado que existe, pero tiene la consideración de primario, ya que sólo hay un vendedor (el Estado) y varios compradores (particulares, coleccionistas o empresas filatélicas como las que han intervenido las autoridades judiciales).

El precio posterior -o de reventa- viene determinado, normalmente, por tres factores: la rareza del sello, los defectos que puedan haberse generado en el momento de la impresión y, lógicamente, la tirada inicial. Cualquiera de estas tres variables aprecian el valor de la estampilla. Varios ejemplos. En diciembre de 1998, Correos sacó a la venta un millón de sellos del legendario gol de Zarra a Inglaterra, con un valor facial de 32 pesetas. La tirada fue muy corta, lo que explica que en un solo día se agotara la emisión. El precio subió como la espuma. Algo parecido ocurrió con los sellos de Lady Di.

Sellos de 3,8 millones de dólares

En otros casos, lo que cuenta es la anomalía. La primera serie de la Isla Mauricio de 1847 es una de las rarezas filatélicas más famosas. Se conoce mundialmente con el nombre de Post-Office. Por un error del grabador, tienen esta inscripción en vez de Post Paid (franqueo pagado). La serie consta de dos sellos, uno de un penique de color rojo y otro de dos peniques de color azul. En una subasta de 1993 en Zúrich se vendió un sobre que contenía los dos sellos en 3,8 millones de dólares, la cifra más alta pagada hasta entonces por una sola pieza filatélica.

Este negocio entre particulares es el que los gestores de Afinsa y Fórum transformaron en una inmensa inversión que ha derivado en un déficit patrimonial de 3.5000 millones de euros. Se demostraba, una vez más, que el crimen perfecto no existe.

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