El affaire Zaplana y por qué a veces el PP se duerme profundamente en los laureles
Decirles a ustedes a estas alturas que no soy amigo de lo políticamente correcto no supone descubrirles nada nuevo. Es probable que sea el único, al menos en este medio, que defienda sin tapujos la actitud de Martínez Pujalte la pasada semana en el Congreso, actitud que provocó su expulsión después de que el presidente Marín le llamara por tres veces la atención –todavía estoy escuchando a Luisa Fernanda Rudi decirle al secretario de Organización del PSOE aquello de “le llamo la atención por novena vez, señor Blanco”, pero ya se sabe, ahora vivimos en una consolidadísima democracia solo comparable a la de Cuba-. Y lo hago porque creo que en este país están ocurriendo cosas de tal gravedad, de tan extrema gravedad, que sólo una oposición contundente y que sepa mantener la tensión en su necesaria crítica al Gobierno puede hacer que se dé la vuelta la tortilla y las cosas recuperen una cierta dosis de normalidad. Este país lleva camino de hundirse en la más profunda de sus miserias al tiempo que se acrecienta la amenaza a la libertad, y hace falta gallardía y un par de... eso, para defender los principios esenciales de la Democracia y las libertades individuales.
Pues bien, al mismo tiempo que el PP centraba su oposición al Gobierno a cuenta de uno de los mayores escándalos de la democracia, el ‘caso Bono’, en el PSOE se organizaba una maniobra rastrera y bochornosa para atacar a su actual portavoz parlamentario, Eduardo Zaplana. Dos diputados regionales del PSPV grababan ilegalmente una conversación con otros dos empresarios en la que estos vinculaban a Zaplana con comisiones ilegales en Terra Mítica: ya saben ustedes, eso de lo que siempre se le ha acusado en petit comité pero nunca se ha podido demostrar, de manera que se ha ido generando en torno a él un inevitable halo de sospecha infundado y sin certezas probatorias, hasta tal punto que quienes hoy gobiernan en la Generalitat son los primeros que han mirado debajo de las piedras y no han encontrado nada más que polvo. Pero Zaplana lleva encima suyo el estigma del ‘caso Naseiro’ y de una desafortunada conversación que lo único que probaba en aquel momento es que cuando piensas que nadie te escucha se dicen muchas tonterías al oído de un amigo. Yo fui de los que, en aquel entonces, hice de aquella conversación piedra de escándalo. Hoy soy consciente de que fue eso, una inoportuna boutade.
Pues bien, como nadie –ni propios, ni extraños- le ha encontrado nada, por lo que ha optado esta izquierda sectaria, radical y totalitaria es por inventárselo, con el fin de minar la imagen del portavoz parlamentario del PP, entre otras cosas porque, probablemente, él y Ángel Acebes se han convertido en un ariete del único lenguaje que entiende esta izquierda: el de la contundencia en la defensa de la libertad y la democracia. Yo no creo, en contra de lo que opinan gentes más o menos próxima al PP y voceros mediáticos que nadan entre las aguas de la corrección política y el eterno complejo que siempre acompaña a una parte de la derecha, precisamente la que viene de las posiciones más conservadoras, que sea con componendas y medias tintas como el PP vaya a ganar las elecciones. No. Ante una política cargada con tales dosis de sectarismo y radicalismo antidemocráticos como la que está llevando a cabo el presidente Rodríguez, solo cabe la contundencia de la fe en la libertad y la democracia, y en la necesidad de contraponer un ideario reformista y liberal a esta política de tintes totalitarios. Y eso se hace desde el convencimiento de que la razón está de parte de quienes creemos en la libertad, y solo así es posible despertar a la sociedad de su letargo.
De Zaplana se ha dicho de todo, hasta que conspira junto a José María Aznar para hacerle la cama a Rajoy y situarse como posible recambio. No es así. Entre otras cosas porque si Rajoy pierde las elecciones, las primeras cabezas que rodarán en el PP, además de la del político gallego, serán las de Acebes y Zaplana. Y es que ha sido tal su grado de exposición que una derrota tendría para ellos casi consecuencias más dramáticas que para el propio líder del PP. Y Aznar tampoco está en operaciones de ninguna clase, opine lo que opine de cómo está haciendo el PP la labor de oposición, que eso es cosa suya. Por eso Zaplana, y Acebes, quieren que el PP gane. Por eso hay otros, en el PP, que quieren que Rajoy pierda. Estos últimos son los mismos que apuestan por ocupar el lugar del gallego, lo cual no quiere decir que alguno de ellos no deba estar presente en el momento de la verdad, es decir, en las listas de las próximas elecciones generales, porque es evidente que un político como Ruiz-Gallardón es un activo importante con el que Rajoy debe contar para sumar el máximo posible de votos frente a Rodríguez. Hay una coincidencia entre estos últimos y los mismos que apuestan por una oposición ‘blanda’, políticamente correcta. Un error, porque nunca un partido en la oposición ha ganado haciéndole el juego al poder, durmiéndose en los laureles.
Quienes tengan memoria, deberían acudir a ella para recordar cómo fue la oposición que González le hizo a Adolfo Suárez o, más recientemente, la que Aznar le hizo a González. Pero Fraga, el contemporizador, nunca consiguió romper su techo. El affaire Zaplana es la gota que ha colmado el vaso de un Gobierno dispuesto a todo con tal de marginar al PP y destruir la alternancia democrática para perpetuarse en el poder. Con todo, ha sido tan burda la maniobra que es más que probable que se le vuelva en contra al Partido Socialista, aunque la izquierda cuenta, como ya he denunciado en repetidas ocasiones, con que para ella la vara de medir es bien distinta y una parte importante de la sociedad y de los medios le permiten casi todo, hasta el delito, y por supuesto el engaño y la mentira. No comparto la opinión de que Rajoy deba hacer cambios en su equipo, o al menos no los cambios que algunos sugieren al amparo de la permanente manipulación de la izquierda que ha decidido personificar en Acebes y Zaplana la imagen de una derecha ultramontana, y todo porque la oposición que ambos políticos están llevando a cabo está haciendo verdadero daño en las filas socialistas. No existe extrema derecha en el PP, salvo que se mida la distancia desde la extrema izquierda que ahora mismo nos gobierna, y salvo que se considere extrema derecha a quienes defienden la libertad y la democracia. Los únicos fascistas son los que tanto se llenan la boca con esa palabra para calificar a sus contrarios, y son los mismos que practican detenciones y escuchas ilegales y antidemocráticas.
“¿Y Rajoy?”, se preguntarán ustedes, ¿qué opina de todo esto? Yo creo, me consta, que Rajoy quiere ganar las elecciones, aunque a veces parezca que se desfonda o que ha perdido la iniciativa. Lo que sí creo es que el líder del PP debe tener muy presente que solo convirtiéndose en un referente social logrará la mayoría suficiente para gobernar. En la circunstancia actual, con un Gobierno subyugado a la tentación totalitaria, es imposible cualquier clase de consenso. Caer en esa trampa sería un inmenso error. Sólo puede haber consenso con la sociedad, a modo de contrato, para volver a reconducir la situación del país hacia una verdadera democracia representativa. Pero no basta con que Rajoy quiera ganar las elecciones, además tiene que parecerlo.
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